Un Lugar sin Igual. La Chona,
Nuevo León.
Hoy recordaremos un majestuoso
viaje por las míticas y majestuosas carreteras del sur de Nuevo León. Por donde en 1914 a 1921 hubo mucha actividad
en el movimiento revolucionario por estas tierras. Específicamente en Galeana,
Nuevo León.
Fue un día de enero del 2002
estaban a punto de terminar las vacaciones de invierno en la preparatoria,
cuando recibí una llamada de mi amigo Israel, diciéndome que si queríamos ir a
su rancho, que el viaje seria muy largo, pero un camino distinto e inigualable
como otros que habíamos efectuado.
No quise demorarle el tiempo,
porque hablaría a los demás, contestándole un rotundo si, comentándome, oye llévate
una buena chaqueta y una buena cobija porque el frio allá esta cabron y corta,
si, corta.
Entonces con lo friolento que
soy, si definitivamente me lleve 2 chaquetas puestas y llevaba 2 cobijas mas,
en fin, no era para menos, estábamos a 2 grados en Monterrey, cosa que llegando
hacia el sur, entrando a la Sierra del Potosí en Galeana, la temperatura empezó
a descender un grado por cada 300 metros sobre nivel del mar que subíamos.
Cosa que no nos intimidaba en lo
mas mínimo, un viaje majestuosa al ver toda la cordillera de la Sierra Madre Oriental
en su máxima expresión, a unos 3980 metros sobre el nivel del Mar,y haciendo un
frio como nunca lo había sentido. Quemando y traspasando toda ropa que
estuviera protegiéndome.
La visión cambio de repente,
cuando llegando a la sierra de Iturbide y Galeana en el entronque muy famoso
del labrado de piedra, encontramos a gente muy humilde cargando leños de la
sierra, bajándolos para vender en la avenida, dentro de mi primer impresión fue
al ver que , la gente nos miraba en un sentido que poseíamos todo, pero al a
vez nada, gente muy humilde, demasiado trabajadora a mi gusto, me remonto a la época
de las crónicas de la Revolución Mexicana, como si mi cuerpo en algún momento
hetereo se hiciese virtud y navego décadas hacia atrás para remontarme en la
misma.
Hacia 3 grados bajo cero, había hielo
cubriendo la carretera, soplaba el viento en la sierra como si Dios nuestro
señor estuviese enojado, nosotros paramos hay, porque alguien de nosotros íbamos
hacer nuestras necesidades, una vez efectuado, recuerdo que fui a saludar a Don
Jacinto, un señor de aproximadamente 84 años en ese momento, duro de roer, era
un nogal bien hecho y derecho, fuerte con ojos verdes y su piel quemada del
trabajo duro diario. Un viejón en toda la extensión de la palabra comentándome de
donde veníamos y diciéndole que éramos de la ciudad, que veníamos a vacacionar
a la Chona y de paso al Salto, recuerdo su mas fiel sonrisa, una sonrisa que jamás
olvidare, muy sencilla y honesta, cosas que en la ciudad ya no encontramos el día
de hoy.
Ese día don Jacinto me dio un
taco de harina, uno de los mas ricos que jamás haya comido en mi vida, de
frijol, riquísimo, a cambio le di 50 pesos, cosa que el agradecido y con el
orgullo regio de no aceparlo, al final accedió, y procedió a levantar una
plegaria y bendijo nuestro camino.
Aun faltaban 3 horas de camino, entrándonos
cada vez mas a zona boscosa, una zona que jamas en la vida pude yo imaginarme,
hermoso, respiraba oxigeno puro literalmente, mis pulmones se limpiaron por
primera vez, observando una naturaleza y una vegetación sin igual, era un
paisaje que ni en cuentos de aventura o épicos pudiese imaginar, una entrada
inigualable, una entrada al universo boscoso de nuestro bello estado.
Casi llegando al mítico pueblito
de la Chona, en Arramberri Nuevo León. Nos reciben unas cabras y a lo lejos veía
gente por doquier labrando la tierra, otros cortando leños, otros haciendo
dulces de leche de cabra, y la gente haciendo sus frijolitos en olla a la leña
y preparando las tortillas de harina, muy peculiares de nuestra tierra.
Era la primera vez que pisaba un
pueblo mágico, un pueblo que me recibía con los brazos abiertos, un pueblo que
sin conocerme, ni saber si era buena persona o no, habrían su corazón al por
mayor.
Entendí que así era la gente de
rancho, la gente humilde que el México tiene olvidado, el México que no saben
que existen miles y miles de rancherías en esta situación, el México que es
silencioso, el México que te retrocede como si fuese la Revolución, el México
que carece de todas atenciones, el México que los diputados y senadores
desconocen en su totalidad, el México que aclama por una atención, el México
que deberíamos de conocer todo mexicano y que este dispuesto a cambiar la mas mínima
esencia de esos pueblos, que son tan ricos en educación moral y educación familiar.
La primera impresión fue bien
recibido, me comentaban que si podía ayudar a explicar unas cosas en la escuela
primaria, que no llegaba ni a escuela, sino a salones semiterminados, sin
pizarrones, sin luz, ni agua potable, una sensación paupérrima, pero con la alegría
de alguien de afuera les explicase una lectura o una anécdota revolucionaria o científica.
Después de ello, nos recibió doña
Cuquita, la señora mas animosa, afable y con unos principios sin igual. Nos invito
a pasar a su humilde casa, un tejaban de 4 x 4, de tierra y tejas en la azotea, con una estufa a la
antigua, de adobe y con los leños a su máxima expresión, maseando y haciendo
las bolitas de las tortillas que ya ansiaban llegar a las brazas, colgando unos
frijoles a la leña, que jamás en mi vida había probado.
En eso doña Cuquita amablemente
nos dice, muchachos vallan atrás y saquen los huevos que tengan las gallinas. Válgame
Dios, fue la primera vez que veía una situación tan orgánica que, mi primer remordimiento
fue preguntarle, Doña Cuquita pero usted ya no tendrá para el día de mañana? Y
me contesto. No, pero Dios proveerá.
Entendí sus máximas palabras en
una extensión sin igual, la gente mas humilde otorga y da con las manos
abiertas, una situación que jamás mi corazón olvidara, una expresión facial de
felicidad, aun sabiendo y no conociendo a estos aventureros citadinos, abrió su
corazón.
Sirvió los frijolitos y los
huevos, machacando una salsa natural, de chiles verdes recién cortados de la
planta, picosa, pero con un sabor sin igual, fue la primera vez que disfrute un
huevo, unos frijoles y unas tortillas, las mas ricas que jamás haya comida
hasta ese momento de mi vida.
Lo mas grandioso, comerlo con mis
amigos, vivir la aventura mágica del viaje, a un lugar sin especulaciones
comerciales, ni poses, ni avaricias, una sociedad que vive al día a día. Una sociedad
que solo se encomienda a nuestro señor Dios y agradece la comida del día a día.
Definitivamente que mis amigos y
yo aprendimos de estos viajes. Aprendimos a encontrarnos y ser nosotros, lo que
ahora somos, la diferencia entre el ser avaro y el ser humilde. Una ambigüedad que
solo Dios sabrá diferenciar, que el
citadino no comprende por las comodidades que otorga la misma. Una vida que
solo Dios da aquella gente que sabe amar de corazón abierto.
Unas tierras inigualables, unas
tierras tocadas por Dios, unas tierras que el mas rico quisiera vivir, en un
bosque natural, plegado de virtud y valores, un lugar donde el mas rico se hace
pobre para vivir una experiencia que marcara la vida para siempre.
Dios es grande y Dios es muestra
de trabajo y fe. Dios da a quienes mas lo necesitan.
Dallock Garza.
La Chona, Nuevo León. A 22 de
Enero del 2002.
Gran Historia... me dejas sin nada más que decir...
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